Hemos llegado al final de nuestro espléndido encuentro.
También nosotros hemos llegado a la última meta de estos espléndidos seis años
de servicio en la responsabilidad del Movimiento.

Es tiempo de despedidas y hora de hacer balance.
En estos momentos nos gustaría pasar inadvertidos y en
silencio, irnos de puntillas. Y, al mismo tiempo quisiéramos abrazar
estrechamente uno por uno a todos los que en estos años hemos conocido,
escuchado, observado, a todos aquellos con los que hemos caminado, con los que
hemos llevado a cabo un pequeño proyecto, o con los que sencillamente hemos
orado juntos.
Tenemos que hacer esta última intervención para
recordar, agradecer, saludar, pasar el testigo a la nueva pareja responsable...
Después de tantas palabras leídas, pronunciadas, escuchadas en estos años,
viene a nuestras mentes una sola: Magnificat. Y tal vez sólo ahora comprendemos
el sentido profundo de esta breve palabra que desde hace más de cuarenta años
acompaña nuestros días, recitada individualmente, en pareja, en equipo, con
decenas y cientos de otras personas en las reuniones de equipo en las que hemos
participado en distintos países del mundo, o en distintos encuentros del
Movimiento en los que hemos convivido en el curso de estos años. Al término de
este nuestro servicio, hoy decimos con fuerza y verdad: proclama nuestra alma
la grandeza del Señor porque ha hecho maravillas a favor nuestro, Él, que es
Omnipotente.
Sería fácil darle gracias por todo cuanto hemos
recibido. Podríamos hacer una larga lista de muchos dones, una especie de lista
de boda. Pero nuestro magnificat de hoy se debe sobre todo a tantas cosas
inesperadas, inéditas e imprevisibles que hemos recibido en este espacio y
tiempo de vida. Nos ha sucedido como en las bodas de Caná: fuimos invitados a
una fiesta, el servicio de responsables internacionales, y nos preparamos, nos
vestimos, hicimos programas, y después, día tras día, ¡cuántas cosas inéditas e
inesperadas! Nuestra alma glorifica al Señor porque ha hecho grandes cosas por
nosotros, haciéndose Palabra en vuestras palabras, Gesto en vuestros gestos,
Rostro en vuestros rostros.
Pero entes de despedirnos de vosotros hay que vivir
necesariamente un tiempo: el tiempo de la memoria de estos años, porque
"sin memoria, todo proyecto es utopía; sin proyecto, la memoria se hace
sólo lamento; sin consciencia actual, memoria y proyecto no serían más que
evasión" [.Y sólo en la conjunción de las tres palabras -memoria,
proyecto, consciencia- el pensamiento puede llegar a ser rico en discernimiento
y en juicio, capaz de hacer que broten nuevas orientaciones.
Nuestra memoria de este servicio comienza por la inmensa
emoción vivida en Lourdes el día en que se inició nuestra responsabilidad. De
aquel día queremos recordar algunas palabras que dijimos, porque desde allí
arrancó nuestro camino.
"El primer objetivo de la responsabilidad que vamos
a asumir es servir al Movimiento en las personas de tantos como forman parte
del mismo, tejiendo una red de relaciones, en base a palabras y consideraciones
que permitan ser fecundos en el camino de amor que el Señor quiere para nuestra
salvación y según las orientaciones que el Padre Caffarel nos señaló como guías
de nuestro modo de vivir la fe y la vocación conyugal. Creemos que la relación
es hoy, más que en cualquier otro tiempo, la más significativa posibilidad que
nos ha sido dada de hacer que nuestra fe sea viva. La relación con la Trinidad
constituye el fundamento de la fe; la relación entre Dios y los hombres es la
base del camino de la salvación; la relación entre un hombre y una mujer es el
principio y el fin de su amor. Pero ninguno de nosotros puede decir que vive
plenamente el significado profundo de la relación, tanto del amor como de la
fe, si, en el plano humano, se limita a vivirla, en un trato individual, entre
uno mismo y su cónyuge, y en el plano teologal, entre uno mismo y Dios. En realidad,
la relación a la que todos y cada uno de nosotros está llamado, es la relación
de la comunidad humana y eclesial".
Éstas fueron las palabras que pronunciamos en Lourdes el
año 2006, y que hoy queremos hacer que lleguen a nuestro corazón y al vuestro,
para reafirmar que sobre esta palabra, "relación", hemos procurado
vivir nuestro servicio, para tejer aquella red de vínculos y nudos de amistad y
de fratermidad de una a otra parte del mundo, allí donde esté presente la
realidad de los ENS.
Es cierto que no hemos podido conocer a todos, pero
todos los equipos y todos sus componentes han sido una realidad viva en
nuestros pensamientos y en nuestros corazones, atentos, en la medida de lo
posible, a las necesidades y exigencias de todos, dispuestos a volar de un
extremo al otro del mundo para hacer sentir en la máxima medida posible que el
Movimiento es una realidad viva y vital, y que el Equipo Responsable
Internacional tiene como primer objetivo animar la vida espiritual y hacerse
cargo de tantas situaciones que tienen su origen en las diversas culturas y
realidades sociales, siempre dentro de la unidad del carisma y de la
metodología que nos une.
El mismo ERI ha llegado a ser una realidad itinerante y
ha desarrollado su labor estos años no siempre en París, sede histórica y
oficial del Movimiento, sino también en otros países, empezando por los más
lejanos y más pequeños por la dimensión de los equipos: en Córdoba (Argentina),
en Beirut (Líbano), en Quebec (Canadá). Los Colegios, como es costumbre
consolidada desde hace muchos años, nos han llevado a casas de las diversas
Super Regiones del mundo: Durham, Fátima, Roma, Madrid, Bogotá, Brasil. Y, por
último, nuestros viajes personales para responder a las invitaciones de una u
otra Región o Super-Región: Polonia, Francia, Florianópolis en Brasil, Bélgica,
Bristol en Inglaterra, Albania, Edmonton (norte del Canadá), isla de Madeira,
Angola. Todo ello ha constituido un patrimonio valiosísimo de conocimientos
recíprocos, de relaciones, de vida, no solo a nivel personal, sino como riqueza
de todo el Movimiento, que ha podido vivir la internacionalidad como una
realidad concreta y no como una palabra que añadir a los documentos oficiales.
En todas partes, tanto en los países grandes como en los
pequeños, hemos sido recibidos como se recibe a un amigo esperado con gozo, y
con el que se sabe que es posible compartir la profundidad de los valores de la
fe y de los ideales de vida. Hemos procurado construir puentes con los
ladrillos de la amistad, de la oración, de la escucha recíproca, de la
convergencia de nuestras vidas. Sobre estos puentes que unen a todos los
equipos del mundo debemos seguir caminando con seguridad y con pasión, teniendo
por mapa las palabras que constituyen las nuevas orientaciones que nacen de
esta XIª reunión: "Atreverse a vivir el evangelio": Matrimonios en
los que habita el amor de Cristo, vivamos cada día en los caminos del mundo
preocupándonos del hombre.
¿Qué significa que el amor de Cristo habita en nosotros?
¿En qué pensábamos cuando en el ERI dejamos escrita esta frase tan
comprometedora? Pensábamos en las palabras que a nosotros en particular,
parejas de los ENS, nos dirigieron algunos sacerdotes, como aquellas del obispo
Russotto en Lourdes: Dios ha sembrado en vosotros la vocación del amor; en el
mundo y para el mundo. Sois el Evangelio del amor nupcial que Dios narra en la
historia. Como la Virgen María, sois el tabernáculo de carne en el que Jesús
quiere habitar, descansar, revelarse. Sois el beso de Dios en la historia .
O como las de Mons. Renzo Bonetti en Roma: "Nos
enseñaron a contemplar a Dios en las estrellas, en la variedad de las flores,
en la belleza de un paisaje, en la frescura que dimana de las aguas que
discurren en torrentes; nos enseñaron a admirar la infinitud de Dios en el
océano, en el mar, en la majestad de las montañas... Intentad preguntar a las
montañas cómo vive Dios... Si en todas estas montañas hubiera una sola pareja,
hombre y mujer, esa pareja hablaría de Dios más que todas las montañas juntas,
porque Dios es amor. Las montañas no me manifiestan que Dios es amor; el cielo
estrellado no me revela que Dios es amor; la belleza de las flores no me aclara
que Dios es amor. El Dios que es amor lo adivino en la belleza de un beso entre
un hombre y una mujer; ésta es la imagen más bella, porque me revela al Dios
amor. Lo que me lleva a comprender quién es Dios, es realmente el hombre y la
mujer, su relación. Dios se expresa en la pareja humana; pero la pareja humana
puede, más aún, está llamada a «decir» Dios, y dice Dios en un mundo más
asequible y más creíble para el mundo de hoy. Vosotros podéis decir Dios sin
pronunciar el nombre. Podéis ser su presencia de amor sin poner en acto los
ritos de ese amor divino. Esto es el decirse de Dios. Vosotros seréis aquella
roca que, golpeada por el bastón del Espíritu Santo, del sacramento, puede
hacer brotar verdaderamente los torrentes de agua viva para este mundo armónico
.
Y después la segunda orientación: "vivamos cada día
en los caminos del mundo". En los caminos del mundo... ¿y en qué otro
sitio podremos y deberemos vivir nosotros que trabajamos cada día en los
puestos más variados: fábricas, escuelas, mercados, oficinas, hospitales,
campos de cultivo? ¿En qué otro sitio podremos y deberemos vivir nosotros que
somos padres, frecuentamos las escuelas y los lugares en que nuestros hijos se
mueven? Lugares hermosos cuando nuestros hijos viven con serenidad su
desarrollo; lugares de la transgresión y de la marginación cuando nuestros
hijos se desvían por caminos descarriados... ¿En qué otro sitio podremos y
deberemos vivir nosotros que, ya adultos, estamos llamados a acompañar en su
vejez a nuestros padres ancianos, y con ellos atravesamos los ámbitos del
cansancio, de la soledad, de la enfermedad.
Pero en los caminos del mundo no están solo nuestros
hijos, nuestros padres, nuestros amigos. En los caminos recorridos por el
hombre, recordaba don Tonino Bello , están también todas aquellas mujeres y
todos aquellos hombres sumidos en la soledad y el abandono, aquellos que no saben
ni siquiera llorar, que permanecen mudos en su dolor y que, en cambio, lanzan
piedras como si fuesen lágrimas; en los caminos del hombre están también todos
aquellos hombres y todas aquellas mujeres que han permanecido recluidos en
situaciones de degradación social y cultural, aquellos a los que se ha negado
el pan de cada día, el trabajo, el derecho a vivir el calor de un hogar y de
una familia, aquellos a los que parece haberse negado todo derecho fundamental
de la persona.
Vivir en los caminos del mundo. Queremos decir: buscar y
encontrar la fuerza para hacer añicos todos los sepulcros en los que la
prepotencia, la injusticia, el pecado, la riqueza, el egoísmo, la enfermedad,
la soledad, la traición, la miseria, la indiferencia... han sepultado vivos a
tantos hermanos nuestros.
Vivir en los caminos del mundo es llevar dentro de
nosotros y comunicar al mundo la resurrección de Cristo, o sea, transmitir
mensajes de esperanza a todo hombre que sale a nuestro encuentro, ser para este
hombre el signo de esperanza que para él sería Cristo.
Vivir en los caminos del mundo porque -nos invitaba
también a reflexionar el obispo Tonino Bello- nuestra credibilidad de
cristianos nos la jugamos, no en base a las genuflexiones que hacemos en la
iglesia, sino en base a la atención que sepamos dedicar al cuerpo y a la sangre
de todos aquellos que no encuentran un lugar de acogida y de liberación .
No tenemos que emprender cruzadas. Tenemos todos los
medios para revolucionar el mundo por lo que a nosotros respecta: dialogar con
los hombres, escucharles, acoger la Palabra de Dios y hacerla viva mediante
nuestras obras, estar dispuestos a compartir, a verificar nuestras opciones y
nuestras acciones, a imponernos a nosotros mismos buenas normas para nuestra
conversión. ¿No son éstas las reglas que nos recuerda el Movimiento a través de
la sentada, la puesta en común, la participación, la regla de vida y la
oración?
Y por último: preocupándonos del hombre. ¿De qué hombre?
Por supuesto, si decimos "hombre", pensamos en la persona que sale a
nuestro encuentro, el amigo, el familiar y también el vecino con el que
cruzamos la mirada y hacemos una parte del camino. Pero este alguien al que
estamos llamados a responder no es sólo el vecino de casa o el que pertenece al
círculo de personas conocidas, o al grupo del que formamos parte, sea
religioso, parroquial, social o político, sino la humanidad entera de la que
debemos hacernos cargo responsablemente, en una consciente situación de
interdependencia de la familia humana. El otro, en la realidad globalizada de
nuestro mundo, ya no es únicamente el "tú" con el que podemos
establecer una relación directa; es también aquel al que tal vez nunca
conoceremos a pesar de tener un rostro y un nombre concreto, pero del que
debemos preocuparnos porque forma parte de la familia humana .
La realidad de hoy es muy difícil de vivir. Y
probablemente es aún más difícil vivir la fe. El riesgo que corremos todos
frente a las dificultades objetivas del presente es el de encerrarnos en un
estéril individualismo saturado de sentimientos nostálgicos orientados al
pasado. Pero debemos ser conscientes de que si falta la promesa del futuro, se
debilita también el deseo del presente.
Dentro de pocos meses será el 50º aniversario del
Concilio Vaticano II. Un Concilio que derribó muros y abrió puertas al
infinito, pero que todavía, tal vez, espera realizarse plenamente. Juan XXIII
lo inauguraba solemnemente el 11 de octubre de 1962 con el célebre discurso
Gaudet mater Ecclesia ("Se alegra la Madre Iglesia"). A los cincuenta
años de aquel día podemos también nosotros todavía hoy gozar Atreviéndonos a
vivir el Evangelio, que es la noticia más bella jamás anunciada al hombre.
De aquel Concilio se derivaron tres logros teológicos
fundamentales, como subraya el Padre Bartolomeo Sorge , al que muchos de
vosotros conocéis, por las numerosas veces que ha hablado a los ENS, y que nos
acompaña en el camino desde que éramos poco más que adolescentes:
• la
eclesiología de comunión que, al definir la Iglesia como pueblo de Dios que camina
en la historia, subordinó la institución a la comunión, revalorizando el papel
de los laicos en la Iglesia
• la
teología de las realidades terrenas, con la que la Iglesia clausuró los
"tiempos de cristiandad" y abrazó el tiempo evangélico de la laicidad,
abandonando el clericalismo y declarando que la responsabilidad de conservar y
transmitir el depositum fidei exige que se asuma la dimensión histórica de la
salvación, cometido específico de los laicos.
• la
teología bíblica que declaró que la Biblia, hasta entonces "libro
sellado", reservado a unos pocos, es un "libro abierto" a todos.
Ello dio por resultado una vuelta a la espiritualidad bíblica y una renovación
de la oración personal y de la comunitaria.
¡Tenemos suficiente para sentir que es más necesario que
nunca "Atreverse a vivir el Evangelio"!
Es éste un tiempo en que todo se cierra -ha dicho hace
pocos días el Cardenal Sepe en Nápoles-. Por eso, cuando todo se cierra, la
Iglesia debe abrir: abrir cada día una nueva puerta, la de una iglesia, la de
un centro de escucha, la de una casa que acoge. Sobre todo debe abrir las
puertas del corazón. Sólo así será posible ganar también batallas imposibles .
Para abrir las puertas tenemos que ser capaces de
ponernos en movimiento; y, por otra parte, la vida misma es movimiento, el amor
es movimiento, la relación con los otros es movimiento. También la fe es
movimiento: movimiento hacia Dios. Si elegimos el inmovilismo no elegimos la
vida, no elegimos el amor, no elegimos la relación con el otro, no elegimos a
Dios.
Para abrir las puertas tenemos necesidad de confianza,
de entusiasmo, de pasión. Confianza en la palabra de Dios que ha prometido
caminar con nosotros hasta el fin de los tiempos; entusiasmo, recordando la
raíz etimológica de esta espléndida palabra que significa lleno de Dios, con
Dios dentro de sí; y pasión, otra espléndida palabra de la que debemos
apropiarnos en su más bello significado, que es precisamente el de la lengua
brasileña: apaixonado, es decir, enamorado, enamorado del hombre, enamorado de
Dios.
Confianza, entusiasmo y pasión para "Atrevernos a
vivir el Evangelio", realidad siempre presente y siempre viva.
Estáis aquí delante de nosotros; y con vosotros, junto
con vosotros, están todos los equipiers del mundo, todos aquellos con los que
en estos años nos hemos encontrado, aquellos que hemos conocido durante un día
o durante una hora. Con vosotros, y gracias a vosotros, hemos crecido: nuestra
humanidad se ha hecho más dulce porque ha respirado vuestro aliento; nuestras
mentes han visto horizontes más amplios porque se han alimentado de vuestros
pensamientos; nuestra fe se ha hecho más adulta porque se ha llenado de vuestro
camino de fe compartido con nosotros. En este momento se diluye la dimensión
del servicio: el nuestro es el vuestro, no solo porque acaba para nosotros y
para alguno de vosotros, mientras comienza para otros, sino porque lo que
sentimos en nuestro interior es solo una grande, intensa emoción por todo lo
que hemos recibido en estos años. Quisiéramos abrazar a cada uno de vosotros
para haceros sentir en el calor del abrazo, nuestra emoción; y para poder decir
todos juntos, en plena autenticidad de sentimientos y en plena conciencia de
fe:
¡Proclama nuestra alma la grandeza del Señor, porque el Omnipotente ha
hecho maravillas en favor nuestro!

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