Queridos
Equipistas
Hoy día de la Divina
Misericordia, Dios nos ha dado dos nuevos Santos como ejemplo para nuestras
vidas. Compartimos con ustedes los enlaces con los vídeos de sus biografías y
la Homilía de Canonización de la Santa Misa Celebrada en el Vaticano.
- La vida de Juan XXIII http://youtu.be/qUIc0-cotcg
- Biografía de Juan Pablo II http://youtu.be/cb1yTWVjx4U
CANONIZACIÓN DE LOS
BEATOS
JUAN XXIII Y JUAN PABLO II
JUAN XXIII Y JUAN PABLO II
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia),
27 de abril de 2014
II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia),
27 de abril de 2014
En el centro
de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que san Juan
Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de
Cristo resucitado.
Él ya las
enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer
día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como
hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al
Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo
creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio
de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar
sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a
comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor
mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Las llagas
de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la
fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen,
permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por
nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios
existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro,
citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P
2,24; cf. Is 53,5).
San Juan
XXIII y sanJuan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de
tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la
carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de
la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a
Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo,
y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su
misericordia.
Fueron
sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se
abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo
Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la
misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte, la
cercanía materna de María.
En estos dos
hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia
había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8).
La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que
nada ni nadie les podrá privar. Laesperanza y el gozo pascual, purificados en
el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores
hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta
es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del
Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios,
recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta
esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes,
en Jerusalén, de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47), como
hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la
esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y
fraternidad.
Y ésta es la
imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII yJuan
Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la
Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos
a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes
llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san
Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir
y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste
fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa
de la docilidad al Espíritu santo.
En este
servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él
mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de
la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal
sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo,
ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos
dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para
que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en
el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos
de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina
que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.
Qué alegría!No podemos olvidar el legado de Juan XXIII y Juan Pablo II! No solo a los católicos, sino a todo el mundo. Dios ha querido que ayer se reconozca el amor y la valentía con que actuaron toda su vida. Ya contamos con dos maravillosos intercesores!
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