En la Fiesta de la Exaltación de la Santa
Cruz, y por primera vez desde el inicio de su Pontificado, el Papa Francisco
celebró la Santa Misa con el rito del matrimonio, a las 9.00 en la Basílica de
San Pedro. A continuación, la homilia completa:
La prima Lectura nos habla del
camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha,
siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos;
hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que
avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en
camino por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de
Dios, compuesto en su mayor parte por familias.
Y nos hace pensar también en las
familias, nuestras familias, en camino por los derroteros de la vida, por las
vicisitudes de cada día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que
hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones
que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades
compartidas… En efecto, las familias son el primer lugar en que nos formamos
como personas y, al mismo tiempo, son los “adobes” para la construcción de la
sociedad.
Volvamos al texto bíblico. En un
momento dado, «el pueblo estaba extenuado del camino» (Nm 21,4). Estaban cansados, no tenían
agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en
aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y
protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado…?” (cf. Nm 21,5). Es la tentación de volver
atrás, de abandonar el camino.
Esto me lleva a pensar en las
parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino”, del camino de la
vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento
interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la
fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da náusea”.
En ese momento de desorientación
–dice la Biblia–, llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y
muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a
Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés
rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte;
quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.
¿Qué significa este símbolo?
Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente
de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de
curación que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.
Jesús, como hemos escuchado en
el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha
“entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (cf. Jn 3,13-17); y este amor inmenso del
Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por
nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado
poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo
a los Filipenses (2,6-11). Quien confía en Jesús crucificado recibe la
misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado.
El remedio que Dios da al pueblo
vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”,
sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del
abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para
condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor
misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y
encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.
El amor de Jesús, que ha
bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y
de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de
Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es
el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre
tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la
misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre. Ésta es vuestra misión entre
vosotros. “Te amo, y por eso te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago
mejor hombre”. Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin
problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a
veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de esta teología que nos
ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que camina, también sobre las
familias en camino, sobre los esposos en camino, un pequeño consejo. Es normal
que los esposos discutan. Es normal. Siempre se ha hecho. Pero os doy un
consejo: que vuestras jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta
un pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando. El matrimonio es símbolo
de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es sacramento del amor de
Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su
garantía. Os deseo, a todos vosotros, un hermoso camino: un camino fecundo; que
el amor crezca. Deseo que seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán.
Pero el Señor estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor os bendiga.
Tomado de http://www.teinteresa.es/religion/Homilia-completa-papa_Francisco-14_septiembre-Vaticano-matrimonio_0_1211879147.html
Tomado de http://www.teinteresa.es/religion/Homilia-completa-papa_Francisco-14_septiembre-Vaticano-matrimonio_0_1211879147.html
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