Queridos hermanos
equipistas:
Los saludamos especialmente
en esta época de preparación para celebrar la pasión, muerte y Resurrección de
Jesucristo. Estamos en la cuarta semana de Cuaresma, acercándonos a la Semana
Santa, por lo que es un buen tiempo para evaluarnos cómo nos ha ido en cuanto a
nuestra preparación.
El Carisma de nuestro
Movimiento, la espiritualidad conyugal, nos lleva constantemente a construir y
reconstruir nuestra relación de esposos, a fin de ser “una sola carne” cuya
vida aspira a la santidad. Preguntémonos pues, si durante estas semanas que han
pasado, hemos tratado de imitar a nuestro Maestro en este sentido.
Se nos pide ayuno,
ofrecimientos y obras de caridad. Dediquemos especial atención a volcarlas a
esa persona especial que tenemos a nuestro lado.
Pasión.-
Jesús conocía lo que le
esperaba. Los Evangelios de estas
semanas, demuestran su preocupación por “sus hijos”; por formar a sus
discípulos para que lleven adelante el proyecto de Dios a través de su hijo
encarnado en la figura de Jesús: su Iglesia.
Sus parábolas, enseñanzas,
momentos de retiro y oración, actitudes y milagros que realizó, en jornadas
agotadoras, dedicado a la misión, nos
muestran su infinito amor por los hombres.
Los momentos difíciles de la
vida, se presentan en los esposos y en las familias. Nuestro primer rostro
donde debemos volcar ese mandamiento de amor al prójimo es nuestro cónyuge. No
faltarán dificultades y problemas que superar en este tiempo especial de
Cuaresma. La propuesta es, prestar atención especial a las necesidades de
nuestro esposo o esposa.
Muerte.-
El dolor que ofreció Jesús,
hasta su muerte de cruz, hizo posible que todos nos convirtamos en hijos de
Dios, salvados del pecado y resucitados para tener vida eterna junto al Padre.
¿Somos capaces de morir un
poco cada día por nuestro esposo/a cuando es necesario “salvarlos” de las
dificultades que el mundo nos trae? ¿Decidimos amorosamente entregarnos
totalmente a la salvación de nuestro/a cónyuge, cada vez que la situación lo
amerita?
Resurrección.-
Después del Viernes Santo,
quedamos el sábado en vigilia, en un tiempo de espera por la promesa de que el
Hijo del Hombre habría de vencer a la muerte.
Como hijos de Dios que somos,
sabemos que esa promesa es también para todos nosotros. Todo el tiempo y el
dolor de la pasión y muerte, tiene como corolario, la gloria y la victoria de
la resurrección. Habremos de, una y otra vez, ofrecer con amor nuestros
sufrimientos, con la esperanza de que la vida prometida volverá una y otra vez.
La única condición que Dios
nos pide, es que hagamos todo con amor. La primera condición que nuestra
espiritualidad conyugal nos sugiere en esta cuaresma es que estemos dispuestos
a “padecer y morir” por nuestro esposo o esposa, con la fe de que siempre habrá
una “resurrección”.
¿Podemos pensar y recordar
algún momento de nuestra vida conyugal, en que esto haya sido particularmente
cierto? ¡Estamos seguros que sí!
Un cariñoso abrazo,
María Auxiliadora y Jaime
Jaramillo
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