Queridos amigos, les comparto esta
vivencia, dedicada con amor para todas las mamás.
Hace unos días tuve una interesante conversación
con uno de mis hijos. Mejor dicho, tuve un “chat” muy interesante. ¡Intercambiamos
escritos, audios y hasta imágenes! Mientras “chateábamos”, apareció ante mí,
subiendo por las plantas y tejados, una gata que me resultó familiar. Era la
misma que hace años, llegaba en las noches a posarse en la jardinera exterior
del cuarto de mis hijos menores, y ellos le daban amor, comida y agua “a
escondidas”.
No pude evitar abrir la ventana y le tomé
una foto, cómodamente ubicada en el tejado, como posando para sus amigos que vendrían
pronto, y se la envié. Enseguida mi hijo me respondió: “¡Maa! ¡¿Es la misma
gata?!”. “Así es amor, un poco más viejita, pero aún está aquí”, contesté.
El tema que trataba con mi hijo era
importante. Era del tipo de asuntos que los padres tratamos con hijos que
estudian su carrera en el exterior, gracias a su empeño incansable por obtener
una beca para hacer realidad su sueño de “salir al mundo”. En ese momento, di
por concluida nuestra conversación, para dar paso a los recuerdos de la
infancia de mis hijos, que vinieron súbitamente a mi mente, como si la
aparición de esa gatita viniera con ellos.
Recordé cuando uno de mis hijos, a los cinco años,
mientras yo insistía en la forma “correcta” de hacer ciertas cosas, me dijo “mami,
cuándo te vas a dar cuenta de que yo no soy tú”; o, un día en que perdí la
paciencia y le grité, me replicó: “ahh! Para eso tuviste hijos noo?!” ¡Frases como
esas me hicieron pensar que algún día sería un excelente abogado! Pero, también
fue el pequeño al que le enseñé a cruzar la calle tomado de mi mano y mirando a
cada lado; y, un tiempo después, el momento que íbamos a cruzar una calle, me
dijo: “Mami, no te preocupes, yo te llevo de mi mano”.
Nos gusta decir que cada uno de nuestros hijos
proviene de “su propio planeta”. Mi esposo y yo hemos sabido respetar sus
identidades y los hemos alentado a realizar sus sueños. Otro de mis hijos nació
artista. Su afición era tan genuina, que antes de saber leer o escribir me
dictaba guiones de películas que venían a su cabeza, yo debía escribirlos
apresuradamente, y después se los leía para verlo asentir con satisfacción.
También dibujaba, y cantaba con un espíritu que me hacía ver las imágenes que
salían de sus canciones de niño.
Mi otro hijo, siempre lo digo entre broma y serio,
nació adulto. Lo constaté cuando estaba en el pre escolar, y nos invitaron a
conocer los trabajos de nuestros hijos. Cuando entré a su salón, estaba sentado
pintando, junto a una niña que hablaba y se movía, y le dijo muy serio:
¿“podrías por favor hacer silencio que no me dejas concentrar?” ¡Tenía solo 3
años! No pueden imaginar la gran ayuda que esa madurez y concentración han sido
para esta despistada y alocada madre que usualmente se equivoca de ruta, de
fecha o de hora para ir dónde debería.
Son demasiados recuerdos. ¡Todos dan vueltas en mi corazón!
Doy gracias a Dios por darnos a las madres una capacidad de almacenamiento extra
para todos esos mágicos momentos vividos con nuestros hijos. Ahora son tres
jóvenes universitarios, forjando sus caminos; y, espero que, cuando les vengan
a la mente estos recuerdos, los hagan sonreír desde el alma, como yo estoy
sonriendo ahora.
Cada mujer está hecha por Dios para la grandeza del
servicio amoroso, desinteresado y anónimo, y eso incluye ser madres, con todas
las pruebas heroicas que muchas de nosotras tendremos que atravesar en este
camino para contribuir a la felicidad de nuestros hijos.
¡Qué Jesús y su Madre María te colmen de bendiciones
en tu día Mamá!
María Auxiliadora Avellán de Jaramillo
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