Les compartimos “El hilo de Lana” traducción realizada del Libro 100
cartas de oración del padre Henry Caffarel
Pongo de
relieve en su carta, querido amigo, una pequeña frase que no puedo dejar pasar:
“Ya no tengo derecho a rezar” No existe situación que autorice a hablar así…
Ningún ser, jamás está privado del derecho de llamar a su Dios. Por culpable y
deshecho que esté un hombre, si se le hubieran retirado sus derechos de
ciudadano, o hubiera sido excomulgado de la Iglesia, mientras guarde un soplo
de vida, nadie puede negarle el derecho de orar.
“Como
podría yo dirigirme a Dios, agrega usted, puesto que no he tenido la valentía
de llevar a cabo la ruptura que me devolvería su amistad?”
A pesar
de esta disposición poco gloriosa usted puede, usted debe alabar al Señor por
sus perfecciones y sus obras admirables, reconocer por la adoración su
soberanía, incluso si en un punto usted la desconoce prácticamente, pedirle que
aunque usted no haga su voluntad, que su reino venga, y orar por los otros.
De
entonces un paso más, que lo encaminará hacia el reencuentro de su amistad. No
tiene la fuerza de realizar el acto que el espera de usted? Sea! Pero por que
no pedirle esta fuerza? Usted va a responderme: “Yo no deseo que El me la
de” Pídale entonces que le den ganas de pedirle esta fuerza. Dirá
usted, como aquel hombre un día: ”Verdaderamente el buen Dios, no es
orgulloso! Es bien cierto. Somos nosotros los que somos orgullosos y nos parece
humillante ser reducidos a rezar para “pedir tener ganas” para ser
sanados de nuestro mal. Pobre oración! Y sin embargo ella constituye ya un lazo
vivo entre el hombre y Dios. Si usted acepta hacerla, ella le obtendrá el
deseo, que suscitará la petición. Y con la petición le llegará la fuerza,
y la fuerza operará la ruptura, y gracias a la ruptura y al perdón, renacerá la
amistad del Señor.
Permítame,
para que sea usted incapaz de olvidar, verter mi lección en una anécdota.
Es en el
siglo XIX, en una pequeña villa de Gran Bretaña en donde vienen, después de
varios meses de trabajo, de acabar la construcción de la gran chimenea de una
fábrica. El último obrero ha descendido de la cumbre de la chimenea por
el andamio de madera. Toda la población de la pequeña villa está aquí para
festejar el evento. Y en primer lugar para asistir a la caída del gran
andamiaje. Apenas aquel se ha desmoronado entre las risas y los gritos, cuando
se ve surgir de la cumbre de la chimenea, un obrero que terminaba al interior,
un último trabajo de albañilería. Pánico entre los espectadores… cuantos días
harán falta para montar un nuevo andamio, y para entonces el obrero morirá de
frio o sino de hambre. Su vieja madre se lamenta… Pero he aquí que de pronto
ella se separa de la gente, y haciendo un signo a su hijo le grita: “ John!
Quítate el zapato!” todo el mundo se aflige: La pobre señora ha perdido la
razón! Ella insiste. Para no apenarla, John hace lo que ella pide. Entonces de
nuevo ella grita: “Tira de la punta de la lana” El obedece y de pronto tiene en
sus manos un enorme puñado de hilo de lana. “Ahora lanza un extremo de la lana
y guarda bien el otro entre tus dedos.” Al hilo de lana le amarraron un hilo de
lino y el muchacho tirando del hilo de lana, hace llegar a él, el hilo de
lino. Al hilo de lino amarraron un cordel, y al cordel una cuerda y a la cuerda
un cable. John solo tuvo que amarrar sólidamente el cable y luego descender, en
medio de las hurras de la multitud.
He
logrado convencerle de lanzar a Dios el hilo de lana? Lo deseo. Se lo pido al
Señor, con toda mi amistad para usted.
Reciban
un fuerte abrazo en Cristo Jesús
Ricardo y Amparo Uribe Estupiñan
Animadores Causa Beatificación Padre Caffarel.
ENS Hispanoamérica
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