Roma, 10 de septiembre
de 2015
Estoy feliz de recibirlos, queridos responsables y consiliarios
espirituales de los Equipos de Nuestra Señora, en esta ocasión de vuestro
encuentro mundial. Este encuentro que tengo la alegría de vivir con vosotros
precede en algunas semanas el Sínodo de los Obispos que he querido reunir en
Roma con el fin de que la iglesia se interese cada vez con mayor atención en lo
que viven las familias, células vitales de nuestras sociedades y de la iglesia,
y que se encuentran, como vosotros lo sabéis, amenazadas en el contexto
cultural difícil de la actualidad. Les pido en esta ocasión, así como a todas
las parejas de vuestros equipos, que oren con fe y con fervor por los padres
sinodales y por mí.
Es evidente que un movimiento de espiritualidad
conyugal como el vuestro encuentra todo su lugar en el cuidado que la iglesia
quiere dar a las familias, tanto por el crecimiento en madurez de las parejas
que participan en vuestros equipos, como por el apoyo fraternal dado a otras
parejas a las cuales éstas son enviadas.
Desearía, en efecto, insistir sobre el rol misionero
de los Equipos de Nuestra Señora. Cada pareja comprometida recibe mucho, desde
luego, de lo que vive dentro de su equipo, y su vida conyugal se profundiza al
perfeccionarse gracias a la espiritualidad del movimiento. Pero, después de
haber recibido de Cristo y de la Iglesia, el cristiano es enviado
irresistiblemente hacia afuera para dar testimonio y transmitir lo que ha
recibido. “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno
de los bautizados” (Evangelii Gaudium, n. 120). Las parejas y las familias
cristianas son a menudo las mejor situadas para anunciar a Jesucristo a las
otras familias, para apoyarlas, para fortalecerlas y para animarlas.
Lo que vosotros vivís en pareja y en familia, acompañado por el carisma propio de vuestro
movimiento, esta alegría profunda e irremplazable que Cristo Jesús os hace experimentar
con su presencia dentro de vuestros hogares en medio de alegrías y de penas, a
través de la felicidad de la presencia de vuestro cónyuge, a través del
crecimiento de vuestros hijos, a través de la fecundidad humana y espiritual
que Él os concede, todo eso lo tenéis vosotros para dar testimonio, para
anunciarlo, para comunicarlo por fuera para que otros sean, en su turno,
puestos en el camino.
En primer lugar, hago un llamado entonces a todas las
parejas a poner en práctica y a vivir a profundidad, con constancia y
perseverancia, la espiritualidad que siguen los Equipos de Nuestra Señora. Pienso
que "los puntos concretos de esfuerzo" propuestos son realmente
ayudas eficaces que permiten a las parejas progresar con seguridad dentro de la
vida conyugal sobre la vía del Evangelio. Pienso en particular en la oración en
pareja y en familia, bella y necesaria tradición que ha siempre llevado la fe y
sostenido la esperanza de los cristianos, desafortunadamente abandonada en
numerosas regiones del mundo; pienso también en el tiempo de diálogo mensual
propuesto entre los esposos - el famoso y exigente "deber de
sentarse" que va tanto contra la corriente de los hábitos de un mundo
afanado y agitado llevando al individualismo -, momento de intercambio vivido
dentro de la verdad bajo la mirada del Señor,
que es un tiempo precioso de acción de gracias, de perdón, de respeto mutuo y
de atención al otro; pienso finalmente en la participación fiel a una vida en
equipo, que aporte a cada uno la riqueza de la enseñanza y del compartir, así
como la ayuda y el reconforte de la amistad. Subrayo, de pasada, la fecundidad
recíproca de este encuentro vivido con el sacerdote consiliario. Os agradezco,
queridas parejas de los Equipos de Nuestra Señora, por ser un apoyo y una motivación
en el ministerio de vuestros sacerdotes, que encuentran siempre, en el contacto
con vuestros equipos y vuestras familias, alegría sacerdotal, presencia
fraternal, equilibrio afectivo y paternidad espiritual.
En segundo lugar, invito a las parejas, fortalecidas
por el encuentro en equipo, a la misión. Esta misión que les es confiada es más
importante cuando la imagen de la familia – tal como Dios la quiere, compuesta
por un hombre y una mujer en vista del bien de los cónyuges, así como la
generación y la educación de los hijos – es deformada por potentes proyectos
contrarios sostenidos por colonizaciones ideológicas. Por supuesto, vosotros
sois ya misionarios por el resplandor de vuestra vida en familia frente a sus
redes de amigos y de relaciones, y también más allá. Porque una familia feliz,
equilibrada, habitada por la presencia de Dios habla en si misma del amor de
Dios por los hombres. Pero los invito también a comprometerse, si esto es
posible, de manera siempre más concreta y con creatividad continuamente
renovada, en las actividades que pueden ser organizadas para recibir, formar y
acompañar en la fe, especialmente las parejas jóvenes, antes como después del
matrimonio.
Los llamo también a continuar a hacerse cercanos de
las familias heridas, que son tan numerosas hoy, sea por razones de la ausencia
de trabajo, de la pobreza, de un problema de salud, de un fallecimiento, de una
preocupación causada por un hijo, del desequilibrio provocado por un
distanciamiento o una ausencia o de un clima de violencia. Hay que atreverse a
ir frente a esas familias, con discreción, pero con generosidad, sea
materialmente, humanamente o espiritualmente, en esas circunstancias en las que
ellas se encuentran fragilizadas.
Finalmente, no puedo más que motivar y animar las
parejas de los Equipos de Nuestra Señora a ser instrumentos de la misericordia
de Cristo y de la Iglesia hacia las personas entre las cuales el matrimonio ha
fracasado. No olviden jamás que su fidelidad conyugal es un don de Dios, y que
a cada uno de nosotros, también ha sido hecha misericordia. Una pareja unida y
feliz puede comprender mejor que cualquiera, como del interior, la herida y el
sufrimiento que provoca el abandono, una traición, una quiebra del amor. Es
importante entonces que vosotros podáis aportar vuestro testimonio y vuestra
experiencia para ayudar a las comunidades cristianas a discernir las
situaciones concretas de estas personas, a recibirlas con sus heridas y a
ayudarlas a caminar en la fe y la verdad, bajo la mirada de Cristo Buen Pastor,
para tomar su justa parte dentro de la vida de la Iglesia. No olvidéis tampoco
que en el sufrimiento inefable de los niños que viven esas dolorosas
situaciones familiares, vosotros podéis darles mucho.
Queridos Equipos de Nuestra Señora, les renuevo mi
confianza y mi apoyo. La causa de beatificación de vuestro fundador, el padre
Henri Caffarel esta introducida en Roma; rezo porque el Espíritu Santo aclare
la Iglesia en el juicio que ella tendrá que pronunciar un día al respecto. Confió
vuestras parejas a la protección de la Virgen María y de San José y yo les
concedo, de todo corazón, le bendición apostólica.
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