MISIÓN- III Encuentro de Responsables Regionales, Roma 2015

¡Partid, salid de aquí, porque delante de vosotros marcha el Señor! (Isaías, 52,11)

El profeta Isaías nos invita a SALIR con la promesa que delante de nosotros irá el Señor. Este salir en  misión nos lleva por tanto a la Santidad. La Palabra de Dios nos interpela y nos hace entender que vivir la misión del matrimonio es el camino a la Santidad para nosotros. Se trata de irradiar el testimonio de que es posible vivir la santidad en pareja.  Pero para ello debemos vivirla en nuestra vida ordinaria y de manera extraordinaria. La Misión así entendida es un llamado para todos nosotros y no solo para unos pocos elegidos. Estamos llamados a consagrar el mundo, a santificarlo y a consagrar todas las actividades terrestres. El mundo es por tanto el espacio propio de la actividad apostólica y misionera a la que estamos llamados.
Se trata de vivir la Santidad cristiana en medio del mundo, en la construcción de la ciudad, de la economía, de un estilo de vida y de costumbres que respondan al Evangelio. Los discípulos de Cristo llevan la cruz con un estilo de vida que se inspira en la escucha de la voluntad de Dios y que inspira a los demás, porque cultiva el cuidado respetuoso a los otros y el amor al prójimo, colocando toda la existencia al servicio de Dios y de los necesitados. ¡Qué bueno y bello es vivir así la santidad en el hogar, vivir de esta manera la riqueza del sacramento del matrimonio!

Todo cristiano, dentro de su proyecto de vida, tiene que salir de sí mismo para proyectarse a los demás, descubrir la novedad, la gracia de ser un verdadero discípulo misionero, en su entorno diario, en su elección de vida nunca alejado de sus realidades en las que tiene la capacidad de influir positivamente. La Misión está inscrita en todo nuestro ser. Todo discípulo de Cristo es misionero, debe estar en una constante lógica de salida. Este espíritu misionero exige una confianza total y una disponibilidad a los planes de Dios que no necesariamente coinciden con los nuestros. Ser discípulo misionero es ser dóciles a su voluntad sin miedos, rompiendo nuestras seguridades, descubriendo cada quién cuál es su campo misionero. Es abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu anime y guie nuestra vida.
Nosotros como Iglesia y como movimiento estamos llamados a salir de nosotros mismos e ir hacia las periferias, las geográficas y las existenciales. Estamos invitados e interpelados para la Misión según nuestro Carisma. Si somos fieles a nuestro carisma, entonces nuestra misión será más fecunda; estaremos atentos en salida, atentos a las periferias de aquellos que están junto a nosotros y que ya no creen en la bondad del matrimonio, ni que sea posible un amor unido y fecundo de dos personas que se estiman en el Señor y son fieles el uno al otro toda la vida porque creen y viven la fidelidad como victoria del amor sobre el tiempo.
No podemos encerrar a Jesús en nuestro hogar, en nuestro movimiento. ¡Esa es nuestra misión!  Anunciarlo con alegría en nuestra periferia cercana y lejana: amigos, parientes, hijos, compañeros de trabajo, matrimonios con heridas de amor, jóvenes que buscan creer en el Amor. Ser hogares católicos de puertas abiertas, acogedores de todos aquellos que necesitan de nuestra escucha, compañía, motivación, consuelo, sanación y testimonio para sanar muchas heridas. Es transmitir la Alegría del Evangelio, la misma que proviene de la Paz profunda que brota de la reconciliación y el perdón. Así pensada la Misión es salir al encuentro de quien nos necesita siendo dóciles a Dios y dejándonos llevar por caminos nuevos, sabiendo que Él irá siempre delante de nosotros.

* (Resumen de las meditaciones del P. José Jacinto Ferreira de Farías, Consiliario del ERI y Clarita y Edgardo Bernal, Colombia, Matrimonio responsable de Equipos Satélites, ERI. III Encuentro Internacional de Roma, 2015)



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