¡Partid, salid
de aquí, porque delante de vosotros marcha el Señor! (Isaías, 52,11)
El profeta Isaías nos invita a SALIR
con la promesa que delante de nosotros irá el Señor. Este salir en misión nos lleva por tanto a la Santidad. La
Palabra de Dios nos interpela y nos hace entender que vivir la misión del
matrimonio es el camino a la Santidad para nosotros. Se trata de irradiar el
testimonio de que es posible vivir la santidad en pareja. Pero para ello debemos vivirla en nuestra vida
ordinaria y de manera extraordinaria. La Misión así entendida es un llamado
para todos nosotros y no solo para unos pocos elegidos. Estamos llamados a
consagrar el mundo, a santificarlo y a consagrar todas las actividades
terrestres. El mundo es por tanto el espacio propio de la actividad apostólica
y misionera a la que estamos llamados.
Se trata de vivir la Santidad cristiana
en medio del mundo, en la construcción de la ciudad, de la economía, de un
estilo de vida y de costumbres que respondan al Evangelio. Los discípulos de
Cristo llevan la cruz con un estilo de vida que se inspira en la escucha de la
voluntad de Dios y que inspira a los demás, porque cultiva el cuidado
respetuoso a los otros y el amor al prójimo, colocando toda la existencia al
servicio de Dios y de los necesitados. ¡Qué bueno y bello es vivir así la
santidad en el hogar, vivir de esta manera la riqueza del sacramento del matrimonio!
Todo cristiano, dentro de su proyecto
de vida, tiene que salir de sí mismo para proyectarse a los demás, descubrir la
novedad, la gracia de ser un verdadero discípulo misionero, en su entorno
diario, en su elección de vida nunca alejado de sus realidades en las que tiene
la capacidad de influir positivamente. La Misión está inscrita en todo nuestro
ser. Todo discípulo de Cristo es misionero, debe estar en una constante lógica
de salida. Este espíritu misionero exige una confianza total y una
disponibilidad a los planes de Dios que no necesariamente coinciden con los
nuestros. Ser discípulo misionero es ser dóciles a su voluntad sin miedos,
rompiendo nuestras seguridades, descubriendo cada quién cuál es su campo
misionero. Es abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu
anime y guie nuestra vida.
Nosotros como Iglesia y como movimiento
estamos llamados a salir de nosotros mismos e ir hacia las periferias, las
geográficas y las existenciales. Estamos invitados e interpelados para la
Misión según nuestro Carisma. Si somos fieles a nuestro carisma, entonces
nuestra misión será más fecunda; estaremos atentos en salida, atentos a las
periferias de aquellos que están junto a nosotros y que ya no creen en la
bondad del matrimonio, ni que sea posible un amor unido y fecundo de dos
personas que se estiman en el Señor y son fieles el uno al otro toda la vida
porque creen y viven la fidelidad como victoria del amor sobre el tiempo.
No podemos encerrar a Jesús en nuestro
hogar, en nuestro movimiento. ¡Esa es nuestra misión! Anunciarlo con alegría en nuestra periferia
cercana y lejana: amigos, parientes, hijos, compañeros de trabajo, matrimonios
con heridas de amor, jóvenes que buscan creer en el Amor. Ser hogares católicos
de puertas abiertas, acogedores de todos aquellos que necesitan de nuestra
escucha, compañía, motivación, consuelo, sanación y testimonio para sanar
muchas heridas. Es transmitir la Alegría del Evangelio, la misma que proviene
de la Paz profunda que brota de la reconciliación y el perdón. Así pensada la
Misión es salir al encuentro de quien nos necesita siendo dóciles a Dios y
dejándonos llevar por caminos nuevos, sabiendo que Él irá siempre delante de
nosotros.
* (Resumen de las meditaciones del P.
José Jacinto Ferreira de Farías, Consiliario del ERI y Clarita y Edgardo
Bernal, Colombia, Matrimonio responsable de Equipos
Satélites, ERI. III Encuentro Internacional de Roma, 2015)
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